domingo, 31 de agosto de 2008

Entrevista a una madre reciente



La siguiente entrevista es un trabajo que hice para la cátedra de Salud Mental cuando estudiaba Medicina. La tarea consistía en mantener una conversación con una mujer que hubiera parido recientemente y preguntarle, entre otras cosas, cómo se sentía y cómo había sido el parto; como así también observar cómo era la relación entre ella y su hijo. Me pareció una buena experiencia haberlo hecho, así que lo quería compartir con ustedes. ¡Ahí les va!


Para realizar este trabajo práctico me dirigí el lunes 19 de mayo al Hospital de Clínicas José de San Martín junto con otros compañeros de la misma materia. Sin suerte, todos tuvimos que marcharnos debido a asuntos burocráticos que nos impidieron realizar la entrevista.
Dos días después, fui por mi cuenta al Hospital General de Agudos Parmenio Piñero, ubicado en el barrio de Flores. Luego de atravesar distintos sectores dentro del Hospital, en los cuales no encontraba a nadie que me pudiera guiar, logré pasar a la sala donde estaban las parturientas gracias a la ayuda de dos enfermeras con las que me encontré en un pasillo de Maternidad.



La sala era grande y luminosa, y tenía alrededor de veinte camas; algunas de ellas estaban vacías y en otras se observaban mujeres durmiendo, amamantando a los recién nacidos o rodeadas de familiares. Luego de dar un vistazo general, decidí dirigirme hacia una mujer que no estaba acompañada, excepto por su bebé, a quien tenía en brazos. Le expliqué que era estudiante de la carrera de Medicina, y que debía realizar una entrevista a una madre reciente para la materia en cuestión; le pregunté si me permitía unos minutos de su tiempo para hacerle ciertas preguntas y ella accedió tímidamente, colocando al bebé en la cuna. Me senté en una silla y comencé la entrevista, la cual duraría veinte minutos.
Le pregunté en primer lugar cómo se llamaba el bebé y cuándo había nacido exactamente. El niño se llamaba Axel y había nacido la mañana del martes 20 de mayo, alrededor de las once de la mañana.

-¿Y cómo lo vivió usted?
-Y... fue fuerte.
-¿Es su primer hijo?
-No, el segundo.
-¿Cuántos años tiene el primero?
-Ocho.
-¿Y ya lo vio al hermanito?
-No, todavía no.

Me explicó que ella era de Bolivia, y que había venido a Argentina hacía tres años. Se llamaba Valeria y estaba viviendo en Avenida Rivadavia y Goya junto con su marido y su otro hijo, el cual había nacido en Bolivia.

-¿El otro también fue parto normal?
-Sí, pero nació dado vuelta, de piernas.

Por momentos el bebé lloraba y ella lo amamantaba, aunque tenía poca leche.

-¿Por qué puede ser eso?
-Porque no estamos tomando mucha sopa, y él necesita hidratarse.
-¿Con el otro también le pasaba eso?
-Sí, también.

En verdad, me resultaba complicado hacer la entrevista: la mujer hablaba muy bajo y me parecía un tanto monosilábica. Parecía como si le resultara incómodo estar hablando conmigo. Muchas veces no nos oíamos bien y teníamos que preguntarnos varias veces qué habíamos querido decir. Otras, nos quedábamos minutos enteros sin pronunciar una palabra. Por mi parte, sentía que se me agotaban las preguntas.

-¿Y el padre lo vio?
-Sí.
-¿Está trabajando ahora?
-Sí.
-¿Y va a venir hoy?
-Sí, a la tarde.
-¿Con su otro hijo?
-Con mi hija.
-¡Ah! ¿Es una nena?
-Sí.

Como se ve, había problemas de comunicación entre nosotras.

-¿Y cuándo se enteró del sexo del bebé?
-Y... a ver... en septiembre más o menos.

Me resultó extraño que me respondiera esto, habiendo parido en el mes de mayo, pero prefería no seguir insistiendo porque me sentía un tanto invasiva a esa altura de la entrevista.

-¿Tenía alguna preferencia por el sexo, quería que fuera nena, o nene...?
-No.
-¿Y su marido?
-No, no pensábamos en eso.
-¿Y su otra hija cómo tomó el hecho de que iba a tener un hermanito?
-Bien, pues...

Después de unos segundos, seguí con mis preguntas:

-¿Y está conforme con la atención médica?
-Sí.
-¿Vienen seguido a verlo los médicos, o las enfermeras?
-Sí.
-¿Con la comida también está conforme?
-Sí.
-¿Durante el embarazo vino a tratarse a este hospital también?
-No, hice un tratamiento en otro lugar.

Otra vez, el bebé lloraba y ella lo colocaba en su pecho.

-Ay, lastima –se quejaba mientras el bebé chupeteaba.
-Tiene hambre...
-Sí.
-¿Y cada cuánto come más o menos?
-Y... no llega a la hora.

-¿Y usted trabaja? –le pregunté, con la intención de que me contara cómo era su vida y cómo se adaptaría nuevamente a tener un hijo recién nacido.
-No.
-¿Y cómo hace para ir al baño? ¿Se lo deja a las enfermeras?
-No. Si están todos acá...

Finalmente, cuando el bebé lloraba mucho, preferí darle las gracias a la mujer y me despedí.

Como conclusión, puede decirse que, a pesar de las trabas en la comunicación, el trabajo en sí fue una experiencia enriquecedora que me permitió adentrarme en la vida hospitalaria y el trato con pacientes.

Dios=Él


La dominancia de lo masculino sobre lo femenino es un aspecto con el cual tenemos que lidiar día a día las mujeres, y también los hombres. ¿Alguna vez se preguntaron, por ejemplo, por qué será que la mayor parte de los presidentes y de los gobernadores son varones? Mi intención no es quejarme ni hacer una larga lista de los defectos de la sociedad ni gritar enfurecida desde lo alto de un cerro con los brazos extendidos: “¡¿Por qué me tocó vivir en esta civilización?!”. Tampoco me interesa hacer una apología del feminismo. Simple y sencillamente me parece interesante prestarle un poco de atención a estas cuestiones.
Ejemplos de esta especie de machismo encontramos en casi todos los ámbitos. Hasta en el lenguaje mismo es posible captarlo. Tomemos un caso. Tenemos a una persona A (mujer) y a una persona B (hombre) y queremos nombrarlas en una misma palabra. La expresión utilizada podría ser, por ejemplo, “ambos”. Ahora bien, ¿por qué si tenemos a una mujer y a un hombre y nos queremos referir a ellos en un mismo término decimos “ambos” en vez de “ambas”? ¿Por qué no habrá una forma intermedia que permita decir “él” y “ella” en un mismo vocablo?
Hay palabras que ni siquiera admiten forma femenina en el lenguaje: “profesora” en francés o “médica” en italiano no existen. Hay otras que siendo usadas en femenino difieren bastante de su significado en masculino: la palabra “puta” se utiliza para nombrar a una mujer que ofrece su cuerpo a cambio de dinero; sin embargo, “puto” se usa en un sentido distinto.
También tenemos ejemplos de este tipo en el deporte. ¿Por qué será que a las mujeres (o, por lo menos, a la gran mayoría de las mujeres) nunca nos enseñaron a jugar al fútbol cuando éramos chicas? ¿Será que somos menos habilidosas con las piernas o que no estamos “diseñadas” genéticamente para el deporte como lo están los varones?
En cuanto al terreno político, tan sólo recordemos cuándo empezó a votar el hombre y cuándo la mujer. Ni siquiera es necesario nombrar las atrocidades que se cometen contra las mujeres en el mundo islámico.
En fin, creo que muchas mujeres coincidimos en que muchas veces quedamos sometidas a una posición de inferioridad con respecto al hombre. Me inclinaría a pensar que esto se debe a una cuestión histórico-social que se viene arrastrando desde hace siglos, pero la pregunta es: ¿por qué?




Esta nota, ahora levemente modificada, fue publicada en la revista Circunstancia. Es lo que tenemos del CNBA en el 2006, de la mano del compañero Luciano Salerno (eso sonó muy peronista).